Estampes Cambrilenques

Setge i defensa de Cambrils el 1640 (I)

Per Josep Salceda (1923-2011)

Tot i que no crec que hi hagi a Cambrils cap tipus de documents que facin referència als fet que succintament relataré, si que se n'han ocupat molts i molt bons historiadors, dels quals cal destacar Balaguer, Gebhart Bofarull, Zamora y Caballero, Lafuente, Sancho Rayón, Zubalburu i el marquès de Fuensanta del Valle, els quals, de segur, extragueren els seus apunts de l'obra.

Historia de los Movimientos, Separación y Guerra de Cataluña, de Francisco Manuel Melo, nascut el 1611 a Lisboa, on morí el 1667. Va servir com a mestre de camp de les tropes de Felip IV, que li encomanà la crònica de la guerra, el resultat de la qual va ser l'obra que ja hem esmentat. Fitzmaurice en diu, d'aquesta obra, que "a pesar de todos sus defectos de forma, su relato interesa como testimonio de un soldado que tomo parte en los acontecimientos que narra", i Rossell, un altre dels seus biògrafs, afegeix: "Su imparcialidad como historiador le hace calificar los hechos con exactitud, contentándose meramente con establecer la prioridad de culpa i no excusar jamás a la parte en quien recayese."

Així, doncs, basant-nos en aquest historiador, relatarem els fets esdevinguts a Cambrils el mes de desembre de 1640, i trametrem el lector, perquè pugui conèixer exactament els motius, les causes i el procés de la guerra, a alguna bona història d'Espanya, ja que ni el caràcter localista de la nostra revista ni l'espai que necessitaríem ens permeten d'explicar-ho extensament.

El cas és que, quan en temps de Felip IV Catalunya intentà separarse de la Corona, el monarca envià contra el nostre país, al comandament de Pedro Fajardo, marquès de Los Vélez, un exèrcit de 23.000 infants, 3.100 cavalls, 24 peces d'artilleria, 800 carros, 2.000 mules i 250 oficials... § Però deixem que parli Melo: § "Descansó el Vélez junto al Hospitalet los días que tardó en subir i bajar el Coll con su artillería; deseaba vivamente marchar la vuelta de Cambrils, primera plaza de armas de los catalanes, antes que ellos tuviesen tiempo de acomodarse a la resistencia. Era grande la fama que corría en el ejército católico de la multitud de gente que había acudido a su defensa, aunque en medio de estas informaciones no faltaban algunos que sospechaban y querían hacer creer a los otros hallarían la plaza desierta: esta voz tomó fuerza en los ministros catalanes del partido del Rey, que sin otro motivo más que lisonjear al poder católico, antes querían ocasionar que ofrecerle una duda.

Había sacado el Vélez desde Aragón algunos religiosos capuchinos, de cuya autoridad pudiese ayudarse por ser su habito grandemente venerado en Cataluña; pareció conveniente enviar uno de aquellos varones a Cambrils, porqué les amonestasen el arrepentimiento y les comunicase el perdón; ofreciose para este servicio Fray Ambrosio. Partió del ejército, y en su guarda una compañía de caballos, que dejándole a la vista de las primeras trincheras, y un trompeta para hacer la llamada, según uso de la guerra, se volvió luego; entró Fray Ambrosio, y lo recibieron con reverencia y cautela contra las esperanzas o temor de los Castellanos que ya por su demora interpretaban alguna barbaridad, pero al día siguiente llegó el enviado sin daño ni provecho de su jornada; dijo que los cabos de aquel presidio se determinaban a morir por su libertad; es calidad del miedo crecer las cantidades y disminuir las distancias de aquellas cosas que se temen. Dio con su información Fray Ambrosio bastante obediencia a esta costumbre; contó que el lugar tenía gran multitud de gente; que los de adentro subían en número a quince mil hombres; pero que el ruido que había escuchado no parecía de menor multitud. Poco después aportó una barca en la marina, escapada aquella mañana desde el muelle de Tarragona y confirmó no menos confusión que el temor de la ciudad y su campo; que en ella se recogía la riqueza de los lugares vecinos; que los socorros no habían llegado hasta entonces en número considerable y que los ciudadanos no estaban desaficionados al concierto.

El Vélez, confiriéndolo con otros avisos, halló ser conveniente dar vista por aquellas pla-zas con la mayor brevedad posible, por gozar también de la ocasión de su duda; y aunque el campo se hallaba afligido por falta de víveres, no dando lugar el tiempo a su conducción por agua, todavía entendiendo que de cualquier suerte era una misma la necesidad mandó marchar el ejército, habiendo primero condenado a muerte, por los jueces catalanes que le seguían y su auditor general, nueve de los prisioneros por dar cumplimiento al bando. Fueron ahorcados de las mismas almenas del Hospitalet, hasta entonces hospital de Peregrinos, dedicado a descanso y clemencia de los miserables y ahora lugar de suplicio y afrenta.

Ausente por la pérdida del Coll, con poca reputación, el Zavallá, gobernaba la plaza de armas de Cambrils D. Antonio de Armengol, barón de Rocafort; era cabo de la gente del campo de Tarragona de que constaba el presidio Jacinto Vilosa y sargento mayor de la plaza Carlos Metrola y de Calders; hombres todos de valor y fidelidad a su patria.

Descubriéndose el ejército a tiempo que los de la plaza se daban prisa, unos por salir, y por entrar otros, porque la misma forma del peligro a unos hacía temer y a otros osar. De esta suerte se hallaba casi toda la campana cubierta de gente del campo que concurría al socorro, cuando improvisadamente fue asaltada de quinientos caballos de los cruzados, con que su teniente D. Alvaro llevaba aquel día la vanguardia.

Formó sus batallones, pensado que el enemigo le esperaba fuera de la fortificación, pues impedía los puestos que pretendía ocupar; empezó conociendo en su desorden la buena fortuna, dividió en tropillas los dos batallones de los lados, quedándose firme el de en medio; hizo señal de embestir y se ejecutó con valor; los contrarios inadvertidos de su daño, ni sabían huir ni defenderse, deseaban la resistencia mas no la concertaban. Fueron degollados hasta cuatrocientos hombres, no sin algún daño de los españoles, porqué algunos catalanes, amparados de los troncos de los árboles podían, tirando cubiertos, ofender los caballos; murieron y salieron heridos algunos soldados de las tropas, entre ellos la persona de mas importancia, D. Miguel Itúrbida, Caballero navarro de la orden de Santiago, capitán de caballos reformado."

 


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